Domingo, 18 de diciembre 2011
Tras una prematura sorpresa, debido a la fianza de 100€ que me habían hecho depositar el día anterior en el hotel, y una vez aclarado el origen de semejante sablazo a mi tarjeta, me pude encaminar tranquilamente a la calle para comenzar mi viaje de descubrimiento.
Estaba en una nube debido quizás al cambio de hora y al hecho de estar, por fin, en la ciudad que nunca duerme. El vestíbulo del hotel ya era de una prestancia y un derroche visual abrumadores. Las calles neoyorkinas me esperaban, sin embargo, con una crudeza y un agudo frío muy cercano al de mi querida ciudad natal. Sin embargo, esto no me arredró sino que me hizo sentirme como en casa.
Con el mapa de la ciudad y un pdf con la hoja de ruta exacta de mi visita en el móvil nada podía fallar. Pasé junto a Pershing Square, entré en la monumental Grand Central Station y busqué algo que introducir en mi estómago. En una "panadería" de la estación pude comprar un Baguel y un vaso de café con leche. Mi habilidad para compaginar estos dos tradicionales componentes del desayuno callejero de un neoyorkino de pro, sin embargo, no era todavía la necesaria. Busqué el acomodo de unas escaleras (no cualquier escalera - recordemos la escena del carrito de bebé en "Los intocables") y recé para no ser víctima de un fuego cruzado entre bandas mafiosas. En la ciudad tantas veces plasmada en el celuloide todo parecía ser posible.
Grand Central Station: el punto de encuentro por antonomasia |
Tras un desayuno reposado lo único que parecía dispararse en el hall eran flashes de cámaras. La bóveda zodiacal de color aguamarina destelleaba como una bella modelo. Sin embargo, había que aligerar. Un autobus me esperaba.
En el cruce de la 42 (la que ahora en adelante denominaré "mi calle"... así es Nueva York, te hace vecino en una noche) con Madison me alegré de haber escogido los jerseys más gruesos para el viaje. La temperatura estaba por debajo de cero pero una vez dentro del vehículo pude relajarme y seguí con la vista el paisaje que se me ofrecía. Iba "subiendo" por el Upper East Side, bordeando Central Park y, más tarde, también Harlem. El itinerario debía terminar en Los Claustros, situados en Fort Tryon Park, justo en el borde noroccidental de la isla de Manhattan. Para más detalles, consultar su página:
Era un lugar sorprendente. Un claustro románico sacado de cualquier pueblecito español, italiano o francés, dominaba la colina.
Los que hayáis visto la película "La centinela" podréis acordaros de la capilla donde tiene lugar la reunión de la hermandad. Los que no, admiraréis el tesoro que contiene, desde portales de iglesias francesas del siglo XII, el ábside de la capilla de San Martin de Fuentidueña, en Segovia, el claustro del monasterio pirenáico de Saint Michel de Cuxa (Perpignan), los tapices del monasterio de San Pedro de Arlanza (Burgos), tapices flamencos del año 1500, un despliegue de marfiles, sedas, esculturas, vitrales de Boppard am Rhein y hasta una baraja del siglo XV, todo dispuesto en cívica camaradería. Y la vista de Nueva Jersey desde la terraza es realmente divina.
Como os dirá el dicharachero y hablador George ("como George Washington"), orgulloso vigilante del lugar, "la transacción se realizó de modo equitativo". No soy amante de polémicas y lo cierto es que allí han encontrado un reposo muy digno y, aunque las combinaciones a veces son algo bizarras, la protección y conservación de la colección atesorada por George Grey Barnard es de alabar. El lugar lleva abierto al público desde el año 1938, en la medida del tiempo de Nueva York es toda una eternidad. La entrada a Los Claustros está incluida en la del Metropolitan, coloquialmente llamado Met, así que me salió "casi" gratis. Te piden una pequeña aportación. Un dolar bastó, poco precio para tanta belleza.
Los Claustros: el monstruo de Frankestein del Románico |
Para los cinéfilos diré que no es el museo donde se queda encerrado Ben Stiller en Noche en el Museo. Ese sería el Museo de Historia Natural. Y ya le tocaría su turno, más tarde.
El Metropolitan: ¡quiero que me encierren allí! |
A eso de las 13:00 pude disfrutar de una comida dentro del museo, al estilo norteamericano, un plato de pasta y unas alitas de pollo rebozadas. Sin embargo, me di cuenta que el norteamericano medio que allí rondaba se decantaba más por las ensaladas y los productos frescos. ¿Nos habían estado engañando todo este tiempo con la comida basura?
A las 16:00 ya estaba fuera del museo. Una adolescente hermosísima, amante del ciclismo, me orientó acerca de como volver a mi hotel desde el Met. Con una sonrisa en el rostro me adentré en la pequeña boca de metro y de nuevo me encontré en una no, en cientos de películas que retratan el metro de NY como un personaje más.
Vistas nocturnas desde el Rockefeller Center |
Pude dar un paseo con calma, explorando más concienzudamente Grand Central Station y los alrededores, por ejemplo, el edificio Chrysler y el Met Life Building. Un vigilante afroamericano me detuvo en el segundo piso de este último. Las dichosas medidas de seguridad les hacen lugares no visitables.
Una habitación señorial |
Algo contrariado, y ya siendo noche cerrada, cansado por la caminata cultural y el madrugón, me fui a aprovechar la maravillosa suite que me esperaba en el Grand Hyatt. La cama me puso en órbita para mi cita con Morfeo.
Lunes, 19 de diciembre 2011: CONTINUARÁ
Times Square: la plaza del pueblo |
Bryan Park: un lugar apacible para el disfrute del patinaje |
Biblioteca Pública: sí, la de los Cazafantasmas!!! |
El paraíso del consumismo |
Empire State Building: más cerca del cielo |
Escaparate en el Soho |
Típica calle del Soho |
¿Qué es lo que venden en esta tienda? |
Central Park |
Jingle bells |