lunes, 30 de enero de 2012

Crónica NY I: 18 a 20 diciembre

Domingo, 18 de diciembre 2011

Tras una prematura sorpresa, debido a la fianza de 100€ que me habían hecho depositar el día anterior en el hotel, y una vez aclarado el origen de semejante sablazo a mi tarjeta, me pude encaminar tranquilamente a la calle para comenzar mi viaje de descubrimiento.

Estaba en una nube debido quizás al cambio de hora y al hecho de estar, por fin, en la ciudad que nunca duerme. El vestíbulo del hotel ya era de una prestancia y un derroche visual abrumadores. Las calles neoyorkinas me esperaban, sin embargo, con una crudeza y un agudo frío muy cercano al de mi querida ciudad natal. Sin embargo, esto no me arredró sino que me hizo sentirme como en casa.


Con el mapa de la ciudad y un pdf con la hoja de ruta exacta de mi visita en el móvil nada podía fallar. Pasé junto a Pershing Square, entré en la monumental Grand Central Station y busqué algo que introducir en mi estómago. En una "panadería" de la estación pude comprar un Baguel y un vaso de café con leche. Mi habilidad para compaginar estos dos tradicionales componentes del desayuno callejero de un neoyorkino de pro, sin embargo, no era todavía la necesaria. Busqué el acomodo de unas escaleras (no cualquier escalera - recordemos la escena del carrito de bebé en "Los intocables") y recé para no ser víctima de un fuego cruzado entre bandas mafiosas. En la ciudad tantas veces plasmada en el celuloide todo parecía ser posible.

Grand Central Station: el punto de encuentro por antonomasia


Tras un desayuno reposado lo único que parecía dispararse en el hall eran flashes de cámaras. La bóveda zodiacal de color aguamarina destelleaba como una bella modelo. Sin embargo, había que aligerar. Un autobus me esperaba.

En el cruce de la 42 (la que ahora en adelante denominaré "mi calle"... así es Nueva York, te hace vecino en una noche) con Madison me alegré de haber escogido los jerseys más gruesos para el viaje. La temperatura estaba por debajo de cero pero una vez dentro del vehículo pude relajarme y seguí con la vista el paisaje que se me ofrecía. Iba "subiendo" por el Upper East Side, bordeando Central Park y, más tarde, también Harlem. El itinerario debía terminar en Los Claustros, situados en Fort Tryon Park, justo en el borde noroccidental de la isla de Manhattan. Para más detalles, consultar su página:


Era un lugar sorprendente. Un claustro románico sacado de cualquier pueblecito español, italiano o francés, dominaba la colina. 

Los que hayáis visto la película "La centinela" podréis acordaros de la capilla donde tiene lugar la reunión de la hermandad. Los que no, admiraréis el tesoro que contiene, desde portales de iglesias francesas del siglo XII, el ábside de la capilla de San Martin de Fuentidueña, en Segovia, el claustro del monasterio pirenáico de Saint Michel de Cuxa (Perpignan), los tapices del monasterio de San Pedro de Arlanza (Burgos), tapices flamencos del año 1500, un despliegue de marfiles, sedas, esculturas, vitrales de Boppard am Rhein y hasta una baraja del siglo XV, todo dispuesto en cívica camaradería. Y la vista de Nueva Jersey desde la terraza es realmente divina.

Como os dirá el dicharachero y hablador George ("como George Washington"), orgulloso vigilante del lugar, "la transacción se realizó de modo equitativo". No soy amante de polémicas y lo cierto es que allí han encontrado un reposo muy digno y, aunque las combinaciones a veces son algo bizarras, la protección y conservación de la colección atesorada por George Grey Barnard es de alabar. El lugar lleva abierto al público desde el año 1938, en la medida del tiempo de Nueva York es toda una eternidad. La entrada a Los Claustros está incluida en la del Metropolitan, coloquialmente llamado Met, así que me salió "casi" gratis. Te piden una pequeña aportación. Un dolar bastó, poco precio para tanta belleza.

Los Claustros:  el monstruo de Frankestein del Románico

A la vuelta, tomé de nuevo la linea M-4 hasta justo enfrente del Metropolitan Museum, en plena Quinta Avenida. Si tengo que narrar todo lo que vi en esta maravilla, en este centro de arte con mayúsculas, al nivel de joyas como el Prado (Madrid), el Louvre (Paris) o la Isla de los Museos (Berlin), juro que escribo un libro.


Para los cinéfilos diré que no es el museo donde se queda encerrado Ben Stiller en Noche en el Museo.  Ese sería el Museo de Historia Natural. Y ya le tocaría su turno, más tarde.


El Metropolitan: ¡quiero que me encierren allí!


A eso de las 13:00 pude disfrutar de una comida dentro del museo, al estilo norteamericano, un plato de pasta y unas alitas de pollo rebozadas. Sin embargo, me di cuenta que el norteamericano medio que allí rondaba se decantaba más por las ensaladas y los productos frescos. ¿Nos habían estado engañando todo este tiempo con la comida basura?

A las 16:00 ya estaba fuera del museo. Una adolescente hermosísima, amante del ciclismo, me orientó acerca de como volver a mi hotel desde el Met. Con una sonrisa en el rostro me adentré en la pequeña boca de metro y de nuevo me encontré en una no, en cientos de películas que retratan el metro de NY como un personaje más.

Vistas nocturnas desde el Rockefeller Center


Pude dar un paseo con calma, explorando más concienzudamente Grand Central Station y los alrededores, por ejemplo, el edificio Chrysler y el Met Life Building. Un vigilante afroamericano me detuvo en el segundo piso de este último. Las dichosas medidas de seguridad les hacen lugares no visitables.

Una habitación señorial
Algo contrariado, y ya siendo noche cerrada, cansado por la caminata cultural y el madrugón, me fui a aprovechar la maravillosa suite que me esperaba en el Grand Hyatt. La cama me puso en órbita para mi cita con Morfeo.

Lunes, 19 de diciembre 2011: CONTINUARÁ



Times Square: la plaza del pueblo




Bryan Park: un lugar apacible para el disfrute del patinaje

Biblioteca Pública: sí, la de los Cazafantasmas!!!


El paraíso del consumismo

Empire State Building: más cerca del cielo

Escaparate en el Soho

Típica calle del Soho


¿Qué es lo que venden en esta tienda?

Central Park

Jingle bells

miércoles, 25 de enero de 2012

Crónica: Viaje a Nueva York


Cuartel de Operaciones
Aquí inicio el relato de mi última aventura, que realicé las pasadas vacaciones de navidad. Mi primer y emocionante vuelo a América, lleno de fotos realizadas con mi nueva cámara reflex Canon EOS 1100D. 


¡Espero que os guste!

Todo empezó como una aventura realmente extraordinaria. Ya había oído hablar cientos de veces de los vuelos transoceánicos, de los cambios horarios y el jet-lag, pero la experiencia es la madre de la ciencia. Y ahora ya sé qué se puede esperar de todo esto. El organismo tampoco se ve seriamente afectado, sobre todo en la ida, que es cuando ganamos algo de tiempo al reloj. Tan paradójico como un experimento de física cuántica, un viaje de 8 horas físicas se convertía por arte de la conversión horaria en sólo dos horitas y media.


Con un Harrier se haría mucho más corto
La ida me resultó agridulce. Después del subidón de adrenalina provocado por el despegue, las horas iban pasando bien compartimentadas por las visitas ocasionales de la tripulación, que cuidaban de que no nos faltase de nada. Pude ser testigo de una maravillosa escena. Desde la ventana veía lo que yo entendía como un anochecer al extremo oriental del cielo, mientras que al Oeste iba apareciendo una franja continua de luminosidad  de un naranja intenso. Pude ser testigo allá en las alturas de cómo el día iba avanzando por el Oceáno Atlántico mientras que mi querida España iba siendo inundada por las sombras. Me dejó la boca abierta.

El lado más amargo fue debido a mis paranoias personales. Antes de que pasaran las últimas dos horas de viaje, me dejé embargar por una sensación profunda de desesperación. Por un momento, pensé intensamente en lo que pasaría si de pronto se levantasen algunos de los pasajeros y tratasen de hacerse con el aparato. Tuve una escalofriante sensación, que últimamente se me repite con demasiada frecuencia, la patente constatación de mi propia mortalidad.

Más allá de las tumbas de la iglesia de St Paul, la novísima Freedom Tower


Sin pestañear me remonté al mes de septiembre del año 2001 y me hice una idea de lo que podían haber sentido aquellas personas, tan inocentes y confiadas como tú y como yo, que sólo querían vivir en paz y que supieron en un momento aciago que su vuelo no iba a tener retorno posible. Me juré que si llegase a aterrizar en suelo firme, visitaría el lugar de homenaje por excelencia a las víctimas del 11-S, visita que no había planeado en un principio.

Cristobal Colón, descubriendo el Nuevo Mundo, en Columbus Circle

Tras esas horas fatales el avión (no podía ser de otra manera?) sobrevoló una serie de luces urbanas irreconocibles. Era de noche y estaba al otro lado del océano, en un lugar nunca antes explorado. Recordé a Cristobal Colón y me dije: “Con qué facilidad ahora emulamos tu gesta”. Cuando pararon los motores respiré aliviado. Esto me duró muy poco. Lo sencillo había concluido. Cuando entramos en aquel hall atestado por un gentío inmenso que había adquirido la figura de una serpiente, retorcida en decenas de giros, entonces pude atestiguar que no sería nada rápido entrar en territorio de los Estados Unidos.